Mucho ha cambiado desde principios de 2020, sin embargo, mantener en niveles bajos la tasa de reproducción que mide la intensidad de un brote infeccioso o factor “R”, sigue siendo prioritario. Si bien es cierto que todos estamos fatigados y frustrados por la extensión de la pandemia, las medidas preventivas no deben interpretarse en términos de un binomio entre todo o nada.
Hasta el momento hemos aprendido que el SARS-CoV-2 llega en oleadas, a menudo provocadas por nuevas variantes que superan nuestra inmunidad existente. Sin embargo, la intensidad de cada ola (y, por lo tanto, la cantidad total de infecciones) no está predeterminada por el virus per se; mucho depende de NOSOTROS.
Existen dos factores clave que afectan la transmisión y que determinarían si las nuevas olas se convierten en tsunamis.
➡️ Inmunidad de la población, ya sea alcanzada gracias a la vacunación, una infección o la suma de ambas. A estas alturas, la mayoría de nuestros sistemas inmunológicos han entrado en contacto con al menos una versión de la proteína de espiga del COVID-19. Los altos niveles de inmunidad reducen (pero no eliminan) las posibilidades de una nueva infección, lo que ralentiza la transmisión. No obstante, la disminución de la inmunidad y la capacidad de las nuevas variantes para evadir la respuesta inmune de la población pueden debilitar este muro de contención, desencadenando nuevas olas. Los refuerzos, la tecnología de las vacunas y su capacidad para responder a nuevas cepas pueden contrarrestar este inconveniente. Si bien la inmunidad de la población es un evento dinámico con altas y bajas, es poco probable que obtengamos una variante que nos devuelva a la inmunidad “cero”.
➡️Nuestras medidas de prevención continúan vigentes: aislamiento si está enfermo, distanciamiento físico, mejorar la ventilación y el uso de mascarilla. Es cierto que la transmisión ocurre al compartir el aire con una persona infectada, con lo cual, cualquier barrera que interrumpa este intercambio reducirá la transmisión. Aunque la transmisibilidad ha aumentado con cada nueva variante, los altos niveles de inmunidad de la población significan que el valor R “efectivo” (es decir, el número de contagios que producirá un individuo infectado) es mucho más bajo que de lo que sería en otro escenario. SUS esfuerzos en la prevención, sin importar cuán pequeños parezcan, pueden ayudar a romper una cadena de transmisión y empujar hacia abajo el factor de transmisibilidad. Mantener la transmisión general en niveles bajos conducirá a muchas menos infecciones y menos posibilidades de que un caso de SARS-CoV-2 se vuelva grave o que resulte COVID Prolongado. Con ello también se gana tiempo para desarrollar mejoras en las vacunas y en tratamientos relacionados. Hay pocas posibilidades de que erradiquemos por completo el SARS-CoV-2 de nuestra historia. Necesitamos pensar a largo plazo, y las medidas de prevención siguen siendo útiles. Nuestros esfuerzos pueden sumar un verdadero bien colectivo. Al igual que lavarnos las manos, es posible que algunas medidas deban convertirse en una segunda naturaleza (y eso no significa que estemos viviendo con un estándar menor de lo mejor posible).
Cuerpo sano. Mente sana.
Las Nerdy Girls
Enlaces Adicionales:
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